La Amazonia
Esta vasta área que cubre 9 países en Sudamérica posee la mitad de los bosques tropicales del mundo y alberga el 15% de la biodiversidad terrestre. Viene siendo expoliada hace siglos, lo que no es una novedad. Yo me acuerdo de la primera vez que la pisé en 1983, como estudiante de antropología, en mi visita a la comunidad indígena Gavião Pykobjê. En aquel entonces, ese lejano pedazo del estado de Maranhão ya era de mucho interés de empresas para el transporte de sus productos mineros del vecino estado de Pará hacia el Atlántico. En los últimos años, estuve acompañando a las comunidades quilombolas de Oriximiná, Pará, que sufren los impactos sociales y ambientales de la minería de bauxita, y visitando las comunidades indígenas Tacana de Rurrenabaque, Bolivia, unidas frente ala construcción de una presa, y veo que las amenazas de los 80, aunque terribles, no eran tan sofisticadas como la devastación que vemos hoy. En los últimos años, la Amazonia ha sufrido, con diversas intensidades, el crecimiento de las desigualdades estructurales, las invasiones de tierras, la explotación minera, la flexibilización de las leyes ambientales, la criminalización de sus defensores y defensoras, el asesinato de liderazgos locales, muchas veces con el apoyo de los gobiernos y de grandes transnacionales. Hechos pasaron a ser manipulados, como por ejemplo los incendios, que nos quieren hacer creer que son fruto de sequias o aún culpa de las comunidades porque quieren quemar para plantar. Esas son mentiras, para que no se vea que son resultados de acciones criminales orquestadas por el agronegocio y el extractivismo. Son acciones muchas veces motivadas por los propios discursos de las autoridades de los países – sea por una política llamada “desarrollista”, por el entreguismo a intereses económicos de las potencias del norte, por ganancias, por total falta de respeto no solo a la floresta, sino a los 34 millones de personas que la habitan. Entre ellas, 380 pueblos indígenas, de los cuales 140 viven en aislamiento voluntario. Son pueblos que ya pasaron por todas las amenazas posibles, resistieron a todo, y eligieron vivir y proteger sus tierras ancestrales, sus ríos, sus florestas. Ahora, esos pueblos tienen sus vidas, más una vez, arriesgadas por la pandemia del Covid-19 que está afectando, indistintamente, bebes (el caso Yanomami), la juventud y, principalmente, a ancianas y ancianos. Como dijo un líder Waorani de Ecuador, “Si nuestros ancestros mueren, nuestro pueblo dejará de existir”. A cada día es devastador ver las noticias de lideresas y líderes muertos por la pandemia y los riesgos a las poblaciones en aislamiento voluntario. Como dice el líder Ashaninka Francisco Pikãyo, coordinador de la Organización de los Pueblos Indígenas del Rio Juruá, “la pandemia es la nueva arma química de la conquista”. A la vez, ¡nos llena de esperanza ver la cantidad de lideresas y líderes jóvenes, ocupando sus espacios en la defensa de sus pueblos! Según la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA) y la Rede Eclesial Pan Amazónica (REPAM), hasta el miércoles 19 de agosto, la población de pueblos indígenas contagiada era de 44.881; la población de pueblos indígenas fallecida de 1.442 y cerca de 221 pueblos/nacionalidades fueron afectadas en la región Pan Amazónica. Brasil, Perú y Colombia lideran esta triste estadística. En Brasil[1], no se trata de más una pandemia en los últimos 520 años, pero de un intencionado genocidio, vía vetos del presidente de la Republica a la ley que pretendía disponer sobre medidas de emergencia para el enfrentamiento de la pandemia entre los pueblos indígenas, quilombolas y comunidades tradicionales. Eso afecta a todo el territorio nacional, pero en la Amazonia, con las distancias y las existentes vulnerabilidades, la negación del acceso a agua potable, del atendimiento diferenciado a la salud, del derecho a la conectividad para la comunicación con las áreas más aisladas, asociada a la lentitud de las acciones de ayuda, son una explicita violación de los derechos humanos. Lo que siglos de expoliación no han logrado, por la resistencia de los pueblos amazónicos, se intenta ahora usando la pandemia para avanzar la deforestación y así las fronteras agrícolas y el extractivismo.¿Y el movimiento ecuménico?
Históricamente ha habido numerosas iniciativas en torno a la defensa de la Amazonia por parte del mundo ecuménico local, regional e internacional, no se podría nombrar a todas. Más recientemente, en 2019, previo al Sínodo Panamazónico de la Iglesia Católica, la iniciativa ecuménica de “Acción Solidaria Global por la Amazonia”[2] impulsada por Christian Aid América Latina y el Caribe y acompañada por CONIC – Brasil, ISEAT – Bolivia, Comisión Intereclesial de Justicia y Paz – Colombia, CREAS, Fórum de la Alianza ACT de Brasil, entre otras entidades, fue una iniciativa importante para fortalecer, de manera más amplia, las voces proféticas en defensa de la Amazonia. Hoy CREAS y Koinonia de Brasil, juntamente con Christian Aid, desarrollan un proyecto cuyo objetivo principal es fortalecer la capacidad del diálogo interreligioso y ecuménico en la región amazónica – con prioridad para Bolivia, Brasil, Colombia y Perú – para la dignidad humana y los derechos de las comunidades indígenas y negras. Las Iglesias Latinoamericanas y las organizaciones ecuménicas y basadas en la fe han sido históricamente cruciales para acompañar a estas personas para una vida plena, con justicia, igualdad y sostenibilidad. Ahora, con las crecientes amenazas económicas y sociales, el conservadurismo religioso y la violencia, es fundamental un nuevo vigor al diálogo ecuménico e interreligioso en la región. En nuestro plan de acción 2020, la Alianza Interreligiosa para la Agenda 2030 tiene el objetivo de incidir para que los pueblos indígenas y las comunidades tradicionales de la Amazonia garanticen el control de la tierra, sus bienes comunes y su salud, en la perspectiva de la Casa Común. Estamos trabajando en el sentido de amplificar las iniciativas en red basadas en la fe, en la defensa de los pueblos indígenas de la Amazonia, frente al incremento de los impactos de la pandemia y la explotación de los territorios y la floresta. Según la Encíclica Laudato Si, la Amazonia u otro espacio territorial indígena o comunitario no es solo un espacio geográfico, sino que también es un lugar de sentido para la fe o la experiencia de Dios en la historia… “En la Amazonía se manifiestan las “caricias de Dios” que se encarna en la historia (cf. LS 84).”[3] Teniendo esto como inspiración y siendo partes de una comunidad ecuménica e interreligiosa en solidaridad con las comunidades de la Amazonia, debemos fortalecer nuestro compromiso en el sentido de seguir: 1) Presionando a los Estados para que garanticen que los pueblos indígenas, quilombolas y las comunidades tradicionales amenazadas tengan acceso y control sobre la tierra y sus bienes comunes y a garantías de acceso a la salud en tiempos de pandemia; 2) Denunciando la acción nefasta de misioneros proselitistas que ya tanto mal han traído a las generaciones pasadas y que hoy, como parte de un proyecto fundamentalista económico, social, cultural y religioso, aliado del agronegocio, buscan apoderarse de los territorios; 3) Defendiendo a las defensoras y defensores de Derechos Humanos y de la naturaleza que vienen siendo constantemente amenazados, mediante mecanismos eficaces de denuncia y protección y en contra de los intentos de criminalizar las luchas de los pueblos de la Amazonia 4) Apoyando a las comunidades locales en la promoción de alternativas económicas sostenibles y a hacer frente al sistema económico vigente enfrentando los desafíos de la crisis climática en la región; 5) Desarrollando una espiritualidad ecológica que nos ayude a escuchar lo que el Espíritu nos dice, sintiéndonos parte de la Casa Común y todo el mundo habitado, empezando por nuestras congregaciones y comunidades de fe; 6) Apoyando a organizaciones locales e iniciativas basadas en la fe en el desarrollo de estos objetivos, manteniéndonos siempre informados, desafiantes y activos en lo que es para nosotros un imperativo de fe: ¡la defensa de los pueblos indígenas, de la Amazonia y del medio ambiente! Por eso, es esencial que las Iglesias, organizaciones ecuménicas e interreligiosas del Sur y del Norte global continúen sus labores proféticas de fe en acción. Necesitamos reforzar las consciencias de que los peligros de extinción de la Amazonia y sus pueblos están ante todos y todas. Solamente en la solidaridad y la defensa de la Casa Común, podremos evitar que las pérdidas de los pueblos indígenas, las bibliotecas vivas, sea una pérdida para toda la humanidad, pues son ellos los responsables por el equilibrio ambiental en su totalidad y por las florestas que aún nos restan. Termino con la Coleta de Responsabilidad Ambiental del Libro de Oración Común de la Iglesia Episcopal Anglicana de Brasil: “Aliento de vida, que creaste en tu seno todo el orden creado, nos enseña a respetar a todas las criaturas, en testimonio vivo del Evangelio, que nos anima a luchar por la preservación de la naturaleza, restaurando el ideal del Edén y la perfección de lo que nos ha dado como regalo”. La autora es científica social y educadora popular brasileña, directora regional de CREAS, integrante de la Alianza Interreligiosa para la Agenda 2030 y laica de la Iglesia Episcopal Anglicana de Brasil.[1] En junio pasado, según estudio de la Coordinadora de Organizaciones indígenas de la Amazonia Brasileña (COIAB) y del Instituto de Pesquisa Ambiental da Amazonia (IPAM) la tasa de contaminación (de 759) era 84% más alta para los pueblos indígenas, en comparación al promedio del país (de 413); la mortalidad (52 para cada 100 mil) era 150% más grande que el promedio brasileño, de 21 a cada 100 mil habitantes. [2] Ver el Documento “Somos la Amazonia” [3] Instrumentum Laboris. Sínodo Especial para la Amazonía. N°19