Por Germán Vargas Farías y Jorge Arboccó
Paz y Esperanza
La comunidad evangélica en el Perú es diversa, como casi todo en el país, y está llena de contrastes. La diversidad se puede advertir en sus prácticas, ritos y en los énfasis de sus mensajes.
No existe una sola forma de ser evangélico, pretenderlo sería absurdo, y la unidad en la diversidad que algunos quisieran relievar, a menudo se percibe desafiada, y hasta contradicha, por los contrastes.
De allí que referirnos al papel de las iglesias y las organizaciones basadas en la fe, en el contexto de la pandemia, dista mucho de ser un recuento de experiencias homogéneas pues, existe sobrada evidencia –y antecedentes- de que, ni aun ante graves adversidades, la respuesta ha sido uniforme.
Sin embargo, así como durante el conflicto armado interno el rol de minorías impactó en la vida de muchas personas y comunidades asoladas por la violencia, y mostró un nuevo rostro de lo evangélico en el país, en estos tiempos de muerte e incertidumbre provocada por la pandemia, la participación de creyentes, iglesias y organizaciones basadas en la fe ha sido significativa y esperanzadora, y a ella preferimos referirnos.
En un país con cerca de 910.000 infectados por coronavirus, alrededor de 35.000 fallecidos, y aproximadamente 6000 personas hospitalizadas, 1100 de ellas actualmente internadas en Unidad de Cuidados Intensivos (UCI)[1], “pasar de largo” no es una opción. No obstante, hay quienes lo hacen por una religiosidad vacua que subordina la solidaridad, o por el aturdimiento que les provoca buscar explicaciones mientras se van enredando en especulaciones morales.
Si, sea cual fuere la denominación cristiana a la que pertenecemos, las personas creyentes reconociéramos que, como dijo Jesús, el primer y principal mandamiento es: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.”, dejaríamos de concentrarnos en supuestas conspiraciones contra las iglesias, y seríamos muchos más acompañando a nuestro prójimo.
Juan Fonseca, historiador e investigador de asuntos socio religiosos, ha distinguido cuatro tipos de iniciativas sociales evangélicas, modelos les llama él, muy diferentes entre sí.
Están las promovidas por las grandes iglesias, otras más focalizadas en los barrios donde se ubican sus templos y locales, aquellas impulsadas desde ONGs evangélicas y, por último, las redes de apoyo interno que se constituyen dentro de una congregación.
Con muchos o pocos recursos, estas iniciativas se caracterizan por su efectividad, porque casi siempre van acompañadas de mensajes de aliento, y porque suelen movilizar personas voluntarias.
Contar con infraestructura, por muy modesta que sea, y personas motivadas para servir, les concede a estas congregaciones la posibilidad de reforzar su presencia en barrios y comunidades, ofreciendo muchas veces el mejor antídoto contra la ansiedad y la impotencia: esperanza.
Ubicadas en lugares donde el Estado muchas veces no está, iglesias y organizaciones basadas en la fe devienen en espacios seguros y confiables, a los que acude la gente para informar sus necesidades y solicitar la atención que requieren.
Por su cercanía con la gente, por la confianza que se les tiene, y porque contribuyen a aliviar y alentar, se haría bien si desde el Estado y desde otras organizaciones de la sociedad civil se promueven iniciativas conjuntas fundadas en la voluntad -y el deber –tanto para las iglesias como para el Estado, de servir al prójimo.
Hoy más que nunca el llamado a ser sal y luz está presente y el mismo, no puede guardar distinción, todos somos uno en este problema y debemos ser uno en la solución. Los que más sufren, los más olvidados, deben tener mayor preferencia. En esta ocasión, valdría recordar a nuestros hermanos y hermanas de la Amazonia.
La Amazonía, por siglos ha representado el territorio con más pueblos indígenas en el país; de los 54 pueblos que son reconocidos por el Estado, 51 se encuentran en la Amazonía. Más del 60% del territorio peruano es amazónico, la mayor biodiversidad y recursos naturales se encuentran en estas tierras.
Si vemos los registros del mapa situacional de incidencia del COVID-19, este es mayor en departamentos Amazónicos. Podemos, incluso, indicar que muchos de los casos más graves, terminan en los hospitales de La Libertad y Lambayeque en la costa peruana a donde llegan desde la Amazonia Nor Oriental y es la zona, que, casualmente, indica algunos de los mayores índices de letalidad.
Durante el horizonte de mayor incidencia de la pandemia, gran parte de la población amazónica, como en Lima, ha visto como la gente se moría tratando de ser atendida en los hospitales. Por esta situación, optaron por tratarse en sus propios domicilios, llegando a tener cuadros clínicos muy graves y muriendo en sus propios hogares sin ser contados por el Estado dado que no se registraron en torno a las pruebas ni rápidas ni moleculares, y, tampoco fueron ingresados en el sistema de salud. Ya se habla de un número de muertos que puede haber superado la cantidad de víctimas del conflicto armado interno en nuestro país.
De forma similar a la época de la violencia política, los más olvidados, los excluidos, a quienes el apoyo del Estado llegó tarde o nunca, han sido precisamente, otra vez, nuestros pueblos originarios, los mismos que hoy son atacados por epidemias de salud y también por otras de tipo social. El dengue y la malaria están creciendo a grandes pasos, al igual que la pobreza y desempleo. El empleo informal en la Amazonía puede bordear mucho más del 80% de la población económicamente activa, pero, lo más grave es que parte importante de esta población está ahora sufriendo por la deforestación, crecimiento del narcotráfico y la Trata de Personas.
En este contexto, las iglesias tienen un llamado a dar esperanza, pero también a generar información y levantar la voz vigilante, por una mayor atención a quienes más lo necesitan. Esperamos que sea, sin embargo, una voz profética, no oportunista, de creyentes que no pretendan disfrazar de “vocación de servicio”, sus ambiciones electoreras, cuando estamos próximos a un proceso electoral que será especial dado el contexto de emergencia sanitaria y por realizarse en el año del Bicentenario.
En los años 90, cuando cundió la pandemia del cólera en América Latina, se desnudó como ahora, que más que un país de “renta media”, somos uno de profundas inequidades. Esa renta es producto de la desigualdad, que genera más de 10 millones de personas viviendo de una economía informal, sin derechos laborales, y con un pésimo sistema de salud y educación, que hace rato espera una reforma cabal y una mejor distribución del ingreso.
Fue en aquella época cuando grupos diversos de cristianos[2] y cristianas apoyaron y formaron comedores populares, tanto para enfrentar la pobreza como para generar solidaridad, pero fue también la oportunidad que tuvieron algunos de hacerse visibles para luego participar electoralmente, en algunos casos ser favorecidos, y desempeñar una función pública que resultó en una pérdida de credibilidad y desprestigio, en una participación que aún es recordada en el mundo evangélico.
Las zonas de la Cuenca Amazónica, como en prácticamente todo América Latina, sufren por igual el abandono, y solo interesan como espacio para la extracción de materia prima, extraída sin reconocer derechos esenciales a millones de trabajadores y pueblos indígenas, y su situación se torna más extrema en la medida que al estar lejos de los principales centros de poder político y económico, sus realidades son más invisibles y por lo mismo, ajenas para la mayoría del país.[3]
Iniciativas como la Red Eclesial Pan Amazónica – REPAM[4] o la propuesta de “Respira Perú”[5] son apuestas de la iglesia católica que bien el mundo evangélico, y también otras organizaciones basadas en la fe podrían apoyar y/o replicar. Las Buenas Nuevas del Reino no pueden quedar en las cuatro paredes de un templo. Las iglesias están repartidas por todo el Perú, desarticuladas, sin embargo, pueden unirse para defender la vida en contextos como estos, pues ese es su llamado.
Debemos volver a la Maloca, como enuncia la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA) volver a ser comunidad, volver a unir lazos de solidaridad. Miles de ancianos y ancianas, mujeres, muchas de ellas gestantes, se encuentran en grave peligro y abandono en la Amazonía, son la memoria y el centro de decenas de pueblos, abramos nuestros ojos hacia esos “Bosques del Olvido”, busquemos esas cifras escondidas por la indiferencia, alcemos nuestras voces junto a tantas que claman por justicia desde siempre, y ahora la exigen en medio de esta Pandemia.
[1] https://covid19.minsa.gob.pe/sala_situacional.asp
[2][2] Algunos datos referenciales: https://elcomercio.pe/politica/elecciones/pastores-urnas-voto-evangelico-peru-391801-noticia/
[3] Algunos datos referenciales: https://ojo-publico.com/1779/morir-por-la-tierra-indigenas-asesinados-en-la-amazonia
[4] https://redamazonica.org/
[5] https://respiraperu.com.pe/